Desde pequeño estoy acostumbrado a viajar mucho.
Mi padre, médico, era enviado a diferentes lugares del Perú para ejercer su
profesión. Recuerdo que una vez estabamos paseando por la Plaza de Armas de
Cerro de Pasco y de pronto nos dijo.
Miren, ese es nuestro carro. Y
señaló un auto plomo de dos puertas, muy bonito por cierto. Pregunté entonces,
¿Cómo que es nuestro carro? ¡Hemos venido en ómnibus y no tenemos carro!
Mi padre contestó. Sí, ya he
comprado uno y tu tío nos lo ha traído desde Lima.
Aquí fue cuando mi etapa de viajero comenzó. Nos
"montamos" en el carro y continuamos nuestro viaje rumbo a Huariaca, un pequeño pueblecito andino al cual teníamos
que llegar, pues era nuestro nuevo hogar.
Pasaba el tiempo, ya estábamos en el colegio y
siempre haciendo viajes. Una vez recuerdo que al pasar por una carretera larga,
muy larga y recta, mi padre señalando hacia afuera por la ventana de su lado
nos dijo, ¡esta es la frontera entre Junín y Pasco!
Ese fue mi primer contacto con una frontera, pero
a decir verdad no conseguí entender bien que es lo que significaba (sólo tenía
5 años).
Ahora, muchos años después, ahora que soy capaz
de entender mejor aquellas abstracciones como "fronteras" y después
de haber viajado un poco más, me doy cuenta que existen muchos tipos de
fronteras.
Hay fronteras las cuales por algún convenio
especial, podemos atravesar sin ningún problema, sólo basta identificarnos, hay
otras para las que necesitamos aquel permiso llamado "visa", una vez obtenido puede ser atravesada. Pero hay
otro tipo de frontera, esa frontera no la podemos transponer ni con visa ni sin
ella.
Estamos tan acostumbrados a andar dentro de sus
límites, que nos resulta asustador el siquiera pensar que existe algo más allá.
Estamos tan cómodos bajo su protección que evitamos salir de "casa", aunque el salir signifique ver el sol.
No es necesario que nadie la cuide, nos son
necesarios soldados con armas, ni alambradas de púas, ni cercos eléctricos, ni
fosas profundas. No es necesario que tengan cámaras de vigilancia, ni sensores
de movimiento.
Somos nosotros mismos los que las patrullamos
constantemente y con mucho empeño. Las cuidamos con mucha dedicación. Pero no
por temor que alguien pueda entrar, lo que hemos construido, es una
fortaleza "inversa" algo que nos mantiene cómodos y protegidos
dentro de nuestro "lecho" sin permitirnos salir. Algo que nos
mantiene dentro del círculo que conocemos, algo que nos prohíbe alejarnos de
nuestra "parálisis".
Esa frontera es el "miedo", el miedo a cambiar, el miedo a experimentar, el
miedo a escuchar a otros, el miedo a intentarlo de nuevo, el miedo a aceptar
que somos más de lo que creemos. El miedo al éxito.
¿Cuando habremos de cruzar esta
última frontera?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tus comentarios.